La sociedad dominicana experimenta un cambio decadente hacia una transformación en la que los valores morales no cuentan.
Y es un cambio paulatino, lento, progresivo, en el que la aculturación y adopción de costumbres foráneas, especialmente de la muy permisiva y liberal sociedad norteamericana, que poco a poco ha ido cambiando las costumbres y tradiciones seculares, por un nuevo modelo en el que el buen comportamiento, la urbanidad y las buenas costumbres dejan sitio al culto a la depravación, la violencia, y especialmente a los antivalores, que se han convertido en el paradigma y estandarte de una juventud desorientada, que sigue devotamente los pasos de sus nuevos ídolos.
La reflexión anterior viene al caso por una serie de razones que preocupan o deberían preocupar tanto a los padres, como a maestros, iglesias, autoridades, en fin, a todo el conglomerado que forma la sociedad dominicana.
El respeto, la consideración han quedado atrás en medio de una vorágine por la inmediatez, que realmente, espanta. Nos hemos convertido en una sociedad violenta, pero una violencia sorda, callada, sigilosa, que nos envuelve en su maraña y nos obliga a vivir en permanente estado de alerta.
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